El poeta como símbolo

Ernesto de la Peña

La historia del Cercano Oriente, cuna de la civilización occidental, ha padecido todas las convulsiones y accidentes de cualquier asunto humano a lo largo de los siglos. El Líbano, situado en la costa oriental del Mar Mediterráneo, no escapó a invasiones, guerras intestinas, renacimientos y dominaciones extranjeras. País singularmente dotado por la prodigalidad de la naturaleza, en el terreno humano ha experimentado una convergencia de influjos culturales tanto del propio Oriente como de Occidente. Un solo hecho podría servir de historia sucinta de la experiencia milenaria de los libaneses: la segunda lengua del país, después de la árabe, es la francesa, debido a que, tras el dominio otomano que se derrumbó al terminar la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones confió a Francia el mandato de ese país. A partir de entonces, las clases cultas libanesas son bilingües. Es decir que la unión de los extremos culturales y geográficos de la cuenca mediterránea afecta por igual a la máxima interioridad del hombre, el lenguaje con que se expresa, y a algo aparentemente tan externo como las formas de la cortesía que, en el caso de los libaneses, denota el influjo de la cortesanía francesa y la finura espontánea del pueblo oriental.

Territorio geográficamente ubicado en un sitio de entrecruzamiento de gente, el país costanero ha sufrido con demasiada frecuencia abusos y excesos de otros pueblos, tanto orientales como occidentales. De manera sorprendente ha podido superar todas las contrariedades y, en el terreno cultural, la ciudad capital, Beirut, ha recibido con justicia el título de la Atenas del Cercano Oriente. El espíritu ha salvado a los libaneses de las agresiones múltiples que han padecido y se diría que es el mejor escudo protector contra la adversidad.

La lengua árabe, idioma del pueblo y por consiguiente espejo fiel de la mentalidad de los libaneses, adquiere modulaciones particularmente suaves en este lugar. Es un hecho palmario y admirable que este lenguaje, rico y matizado, ha sido desde tiempo inmemorial vehículo extraordinariamente dúctil para la expresión lírica. El propio libro sagrado de los musulmanes, el Corán, es, aparte de su valor religioso, un notable conjunto de poemas escritos en una lengua particularmente plástica, sonora y profunda.

Desde fechas tempranas, en concreto en el siglo V, el Líbano vio el asentamiento del grupo cristiano de los maronitas, originalmente siriacos de lengua y rituales religiosos, que han contribuido de manera definitiva al desarrollo espiritual y cultural del pueblo. Poco tiempo más tarde, en el curso del siglo VII, el territorio quedó en poder de los musulmanes y, a partir de ese momento, el Líbano ha compartido las dos concepciones del mundo representadas por cristianos y seguidores del profeta árabe.

Esta dicotomía religiosa y cultural puede advertirse palmariamente en dos poetas de muy diversa contextura: por una parte, la exaltación pro-fenicia de Saíd Aql, que llega a extremos pasionales y comprometedores y que, en diferentes arrebatos, expresa el deseo de apartarse lo más posible de lo que significa la lengua árabe y los indudables valores que nos ha trasmitido.

Por otra parte, de signo muy diverso y postura no sólo amable, sino ocasionalmente paternal, el poeta Gibran Kahlil Gibran en cuya obra se entrecruzan la vetusta sabiduría semita, de aliento a menudo bíblico, y el experimentador de las artes que tiene una muy viva conciencia del compromiso del creador con la comunidad. En este artista conviven la tradición y la innovación. A pesar del antagonismo que puede suscitar interiormente esta circunstancia cultural, en Gibran predomina el espíritu de la concordia y el deseo de la comprensión amorosa entre todos los hombres, cualesquiera que sean su ideología, su raza o su religión.

Por su ímpetu civilizador y la mansedumbre lírica con que se expresa este poeta se ha convertido en símbolo de la nación libanesa y, específicamente, de la comunidad maronita, que ve en él un emblema muy significativo. Su obra, vasta y compleja, ha sido rescatada casi en su totalidad por la diligencia y la habilidad de diferentes investigadores que, en una labor verdaderamente detectivesca, pero amorosa, han logrado reunir un acervo gigantesco y absolutamente indispensable para quienes se interesen en las creaciones de este artista plural que, sin lugar a dudas, tenía dotes proféticas y un tono lírico que lo acerca a la vetusta tradición de la literatura sapiencial.

En Gibran confluyen la vida bohemia, las aptitudes artísticas múltiples, un temple creador continuo, aunque no siempre sometido a un régimen determinado y, más que nada, nos hace comprender el vínculo profundo que une a este poeta emblemático del Líbano con la poesía escrita originalmente en árabe, el aliento bíblico y las premoniciones que explican y justifican el título de su obra más conocida: El Profeta. Pero es indispensable también añadir que una buena parte de las obras literarias de este artista, como la que acabo de mencionar, están escritas originalmente en inglés, que llegó a ser su segunda lengua debido a su temprana emigración de su país natal a los Estados Unidos.

La extraordinaria fecundidad de este creador, siempre inquieto en busca de nuevas fórmulas de expresión, queda de manifiesto en libros, dibujos, cartas, pinturas y composiciones diversas. Para nosotros, los mexicanos empeñados en ampliar el horizonte cultural del país, es una verdadera fortuna que México posea parte de la obra de Gibran. Sería tema de una plática fascinante conocer los detalles y pormenores de esta búsqueda del verdadero perfil humano y creador del representante más entrañable de la gran cultura libanesa.