Las mujeres de Gibran

Mónica López Velarde Estrada

Fueron las mujeres quienes abrieron
las ventanas de mis ojos y las puertas de mi espíritu.

Gibran Kahlil Gibran

En su mansión creativa personal, Gibran Kahlil Gibran tiene una historia de mujeres: Kamileh Rahme, su madre; Marianna y Sultana, sus hermanas; Mary Haskell, su amiga y mecenas; Josephine Preston Peabody, Posy, su musa; Gertrude Barrie, Charlotte Teller y Emilie R. Michel, Micheline, sus amantes; May Ziadeh, Isis Copia, Alice Raphael Eckstein y Adele Watson, sus colegas; y Henrietta Breckenridge Boughton, mejor conocida como Barbara Young, asistente y compañera hasta el final de sus días, quienes dieron al escritor de El Profeta buena parte de aquella sustancia de vida y expresión.

Kamileh, columna de Baalbek

Kamileh, que significa «la perfecta», fue la madre de Gibran. Había enviudado en Brasil, de donde regresó a Becharre, el pueblo natal, con un hijo: Boutros. Se casó con Kahlil Saad Gibran con el que tendría tres hijos: Gibran, Marianna y Sultana. Cuentan que Kamileh era bella y talentosa, tocaba el laúd; inteligente y sensible, fue de la mano de esta mujer de la que el joven Gibran, de 12 años, parte a la primera de sus estaciones existenciales cuando la familia emigra a los Estados Unidos para residir en Boston.

Fueron años difíciles en los que Kamileh se conformó como sustento único (el padre se había quedado en Líbano) de una familia que se enfrentaba a un nuevo mundo, desconocido en costumbres e idioma. Como columna de Baalbek, enorme, maciza, entera -que parte el horizonte con su presencia-, la madre de Gibran le dio al poeta del exilio, aquella fortaleza anímica que perdurará por siempre.

Marianna, zurcidora de sentimientos

Con la ausencia de la madre, con un padre ausente, y las dos muertes prematuras de los hermanos, Gibran y Marianna conforman un binomio anímico especial en varios sentidos. No se casó nunca. No se sabe nada de su vida sentimental y amorosa más que la que vertió en hiladas y correspondencia para su hermano. La costura y la caligrafía, dos formas de escrituras íntimas y entrañables. Muy joven Marianna había aprendido el oficio de costurera y durante toda su vida le confeccionó las prendas a su adorado Gibran. Artesanales y sugerentes, se conservan aún algunas que vistieron al autor de El Profeta. De telas de colores crudos y claros, de líneas sencillas, por dentro están las puntadas esmeradas y tiernas de una compañera que le dedicó, durante toda su vida, una gran devoción.

Por su parte, Gibran tuvo una enorme gratitud por su hermana mayor. En El Profeta, un tejedor pide: Háblanos del vestir. Y el protagonista le dice: Vuestra ropa cubre mucho de vuestra belleza y, sin embargo, no cubre lo que no es bello.

Posy. Canciones para un profeta

Josephine Preston Peabody, conocida también como Posy, poeta y dramaturga, establecerá con Gibran una profunda relación intelectual. Fotografías de ella forman parte del menaje más íntimo de Gibran. Un cuello alongado sostiene un óvalo de facciones sutiles, rostro enmarcado por molotes de cabello, que por ser tres, dirigen la mirada del espectador -como para completar un rombo perfecto- hacia una boca delicada. Mira, a la vez, con decisión y ternura.

Crítica literaria de gran calado, se dice que la máxima obra del libanés, El Profeta, se debe al ingenio y profundidad inventiva de la autora de Canciones (1923), cuando advirtió, tras conocer el manuscrito en 1903, que se trataba, efectivamente, de un texto profético. Ella le llamó mi joven profeta. Él dedicará el emblemático libro a su memoria

Mary Haskell, bello huerto

En Boston, lleno de otoño verdadero, crujiente de hojas e historias, la nostalgia tiene su mejor paisaje. Mary Haskell, que había nacido en Carolina del Sur, se hizo propietaria de un reconocido colegio de señoritas en esa ciudad. Ya plena y con una dimensión intelectual vasta, conoce a Gibran durante la inauguración de su primera muestra de dibujos al carbón. Se inicia la relación intelectual y amorosa más trascendente de Gibran.

Como mecenas, Mary insiste que el poeta árabe escriba en inglés, el idioma que le dará fama mundial. Es ella la que le paga las estancias en París para estudiar pintura. Es ella quien después de la muerte de Gibran, junto con Marianna y Barbara Young, conserva y difunde el patrimonio del autor.

Perdurabilidad, trascendencia, la unión sin papeles de por medio, pero con una vasta producción de cartas plenas de intensidad y amor. Queda para ellos y nosotros la edición de un epistolario, The love letters of Kahlil Gibran and Mary Haskell and her private journal. En él encontramos estas líneas de Gibran:

Cuando estoy triste, querida Mary, leo tus cartas. Cuando la bruma vence a mi yo, saco dos o tres cartas de su pequeña caja y las releo. Ellas me recuerdan la verdad de mí mismo. Me hacen dejar de lado todo aquello que no es ni alto ni hermoso en la vida. Cada uno de nosotros, querida Mary, debe tener un lugar de descanso en algún sitio. El lugar de descanso de mi alma es un bello huerto donde vive mi conocimiento de ti.

Barbara Young, al final del camino

Barbara Young, cuyo verdadero nombre era Henrietta Breckenridge Boughton, fue crítica literaria en la década de los veinte. La admiración por el autor de El Loco la llevó a conocerlo en Nueva York en 1926. A partir de ese año se convierte en su secretaria y compañera hasta el final de su vida.

Gibran establecerá con ella una relación amorosa y perdurable en tiempo y obra. Ella, finalmente desempeñará un papel fundamental en la administración y difusión del archivo personal y los manuscritos del artista.

Bárbara Young escribió el libro This man from Lebanon, un ensayo sobre la vida y obra de Gibran Kahlil Gibran. Al hacerlo, Henrietta Breckenridge Boughton, debió decir de él lo que Decroix de Chaplin: al artista cuya alma seguramente rebasa al oficio.