Gibran de óleo y papel

Alfonso Miranda Márquez

Estoy pintando o aprendiendo a pintar. Me llevará mucho tiempo hacerlo como yo quisiera, pero es hermoso sentir el crecimiento de la visión que uno tiene sobre las cosas.

Carta de Gibran a Mary Haskell desde París, 2 de octubre de 1908

Renovación. Vida. Transformación. Orden. Ternura y fragilidad tocadas por el Creador. Gibran Kahlil Gibran resignifica las letras y lleva su filosofía a los derroteros de la pintura. Con sinceridad, el poeta y artista libanés revela –en un acto místico– las profundidades y esencias del ser.

El trazo de su escritura es pensado detenidamente, como si del árabe al inglés se recorrieran senderos por primera vez surcados en Occidente. Gibran tacha, corrige, apunta, reescribe… En contraste, el ágil grafito recorre el papel sin titubeos, mientras que el óleo es el medio para llegar a la intimidad. Supera las fragmentaciones y así el maestro logra dibujos o lienzos del universo, en un espacio que contiene eternidad e instante, presente y pasado, lo concreto y lo abstracto. Donde el hombre y divinidad son vistos como unidad indivisible, armónica y vital.

Desde la primera infancia, Gibran eternizó a los cedros milenarios que emergen del bled, la tierra, en lo más sagrado del valle de la Qadicha, en un bosque de columnas que sostienen al cosmos. Su cuaderno de dibujos realizado hacia los once años ha llegado hasta nosotros. Un Napoleón imperial, un pastor con su oveja, cuerpos y rostros hoy anónimos, pero que constituyen la identidad de un pueblo y que el joven artista atesoró y logró llevar a su exilio. Un exilio que mira hacia adentro, a la Matria más que a la patria. El cuaderno sobrevivió al peregrinaje desde Medio Oriente hasta la Isla Ellis frente a la bahía de Nueva York, en la puerta de los Estados Unidos. De Manhattan a Boston y a Maine, para regresar a la Gran manzana, donde Gibran falleció el 10 de abril de 1931.

En una carta de Gibran a su amigo Félix Farris un año antes de morir, el artista reconoce como sus grandes influencias a tres titanes: William Blake (1757-1827), Eugène Anatole Carrière (1849-1906) y a Henri-Jean Guillaume Martin (1860-1943). Al alongamiento de figuras y la mística de Blake, suma la cromática y arquitectura corporal de Carrière. De Guillaume Martin abraza el dejo melancólico de sus pinturas y las figuras recortadas. Gibran mezcla, sintetiza, aporta.

Primero copista e ilustrador, será gracias al fotógrafo Fred Holland Day que Kahlil conociera las formas del arte, los círculos intelectuales y el mundo bohemio norteamericano. Gibran siente fascinación por el universo mitológico y profético de Blake y Carrière, y se queda deslumbrado por la riqueza de las fuentes que enriquecen su vocabulario poético y visual, apunta su biógrafo Alexandre Najjar.

Tras regresar a Líbano para estudiar el bachillerato, dejó la Montaña y volvió a Boston, donde a los 21 años expuso sus primeros cuadros en Harcourt Studios. Allí conoció a Mary Haskell, su musa, mecenas y amiga. Fue ella quien cuatro años más tarde sostuvo a Gibran en París. La Academia Julian le heredó al maestro su veta simbolista. Alumno del célebre Gustave Moreau, Pierre Marcel-Béronneau, le enseñó las atmósferas nebulosas, la creación de cuerpos evanescentes y el camino hacia mundos extraños y desconocidos.

Si pinto una montaña como una muchedumbre de formas humanas o pinto una catarata de agua en forma de cuerpos dando tumbos, es porque veo en la montaña una muchedumbre de cosas vivientes, y en la catarata una corriente de vida que se precipita. Eso retrató Gibran.

Etapas plásticas
1893-1907: Empleo de carboncillo y lápices de color. Más tarde estos dibujos ilustraron textos de la editorial Copeland & Day. Presencia de desnudos.
1908-1914: La mayor parte de sus óleos –si no todos– corresponden a su estancia en París (1908-1910). Influencia de la pintura simbolista. Personajes etéreos.
1914-1918: Abandono del óleo y recuperación del carboncillo. Privilegio del retrato y del autorretrato. Influencia de Leonardo da Vinci. A través de la espiral construye sus personajes. Ilustrador de su obra literaria.
1923-1931: Última etapa creativa. Colores intensos en los que prevalece el gusto por las tonalidades oscuras. Obras de mayor dramatismo.

Si Blake influyó en el dibujo, Carrière lo hizo en el óleo. Mujer inclinada sobre la mesa (1893) guarda semejanza con un boceto de Gibran. Figuras presentes que parecieran escapar del lienzo. Retratos de almas masculinas y femeninas. En sus rostros a lápiz también se reconoce la influencia de Leonardo da Vinci. De contornos difuminados y excelente trazo, muestran el dominio de la técnica y la precisión para resaltar ojos, a veces tranquilos o absortos, pletóricos de deseo.

Sus óleos abrevan todos de la tradición simbolista. Por un lado, colores fuertes que resaltan el sentido onírico de lo sobrenatural, por otro, también echó mano de colores pastel que buscaban recrear esas atmósferas nebulosas donde centauros cabalgan hasta perderse en lontananza, y donde el cielo y la tierra juegan a tocarse en un horizonte ondulante.

Lo subjetivo e irracional del Romanticismo llegó a nuevos derroteros con los simbolistas. Gibran no se queda en la mera apariencia física del objeto, a través de él llega a lo sobrenatural. Desdeña el mundo exterior y alude al símbolo para expresar sus sueños y fantasías. A través de signos o arquetipos, el arte es el medio para expresar el estado de ánimo, las emociones y las ideas del hombre.

Hay un deseo de crear una pintura no supeditada a la realidad, y donde cada símbolo tiene una concreción. No hay una lectura única; pueden desencadenarse analogías distintas. Aquí más que nunca, en términos de Umberto Eco, la obra es abierta, y su originalidad, no estriba en la técnica, sino en el contenido.

La presencia femenina domina el universo plástico de Gibran. Desde mujeres bíblicas como la Salomé que entrega la cabeza de Juan, el Bautista, hasta rostros anónimos de miradas evocadoras y nostálgicas. Las edades de la mujer eternizan el tiempo y en veladuras blanquecinas muestran el sueño de Eva. Seis figuras entrelazadas y suspendidas en verdes remolinos atestiguan, cual vanitas, más que el memento mori, la estela en el firmamento: la memoria. Perdurar, refirmarse, ser en la otredad, en sí y para sí, en una dialéctica ad infinitum.

Nunca podré terminar un cuadro, hasta que para mí mismo no lo considere acabado, sentenció Gibran. Por ello, la mayoría de sus lienzos parisinos son inconclusos. Da más importancia a la apariencia de las formas que a las formas mismas. El contorno de las figuras no es nítido sino huidizo, ellas casi se esfuman. Así como Auguste Rodin, a quien Gibran admiró, ambos aprenden de Miguel Ángel el tratamiento de superficies, que más que acabadas parecen casi abocetadas, como si estuvieran sin terminar. Los tres utilizan la técnica del non finito, del inacabado. Esta factura propiamente impresionista proporciona acusados efectos de claroscuro que sugieren un movimiento permanente. La luz crea y recrea en la retina del espectador la forma definitiva.

El célebre estudioso de la cultura árabe Phillip Khuri Hitti, apuntó:

Gibran es artista y poeta. Su ideal es estético, su método es el subjetivo y su estilo místico, simbólico y poético… Sus escritos y sus creaciones han arrojado luz, calor y alegría a miles de corazones y a miles de almas. Y después de todo, la discrepancia entre los dos ideales de belleza y de verdad, es más aparente que real. Los dos son caras de la misma moneda…

De la más fina sensibilidad, el artista libanés se ha convertido en emblemática figura de la sabiduría de Medio Oriente en Occidente. Decía el cantor universal de la vida: No somos exiliados en esta tierra, sino inocentes criaturas de Dios, prestas a aprender cómo adorar al espíritu eterno y sagrado, y descubrir en la belleza de la vida los secretos ocultos en nosotros mismos.