La Extremaunción

La Extremaunción


Por Gibran Kahlil Gibran


Traducción de Yamil Narchi Sadek



La acción tiene lugar en el siglo XII.1

La escena transcurre en una habitación en la casa de campo de una familia rica.

Los personajes son:

El Padre Josepe

Luigi2 Expósito, un hombre serio, sencillo, de talla grande y cuarenta y siete años de edad.Es el dueño de la casa.

Matilde3, su joven esposa, quien tiene solamente veintisiete.

El Loco.

Al abrirse el telón, Matilde aparece acostada en su lecho de muerte. El Padre Josepe está sentado a su lado. Arriba al centro, cuelga un crucifijo grande bajo el cual hay dos velas encendidas.

Al lado de la cama de Matilde hay una pequeña mesa y, sobre la mesa, la Sagrada

Eucaristía.

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1 N. del T. Traducimos aquí de un borrador mecanografiado de Gibran, por lo cual permanecen imprecisiones del original. Sabemos que san Francisco de Asís inaugura su orden en el siglo XIII, por lo cual no existía en el XII.

2 N. del T. En el original se le nombra Antonio en la lista de personajes, pero Luigi cuando se habla de él en las acotaciones.

3 N. del T. En el original se alternan los nombres Mathilde y Mathilda.

El Loco entra por el pasillo del centro del teatro, llega hasta el escenario y toma su lugar abajo a la izquierda.

Matilde:

(Abriendo los ojos. Mira al Padre Josepe)

Ha venido por fin, Padre. (Pausa) ¿No es extraño que esté aquí, sentado al lado de mi cama? (Pausa) Lo he visto en sueños. (Pausa) Imagínese, Padre, sólo piense que lo he visto a usted en sueños y, ¿sabe?, siempre fue entre cipreses, y siempre había un camino largo, muy largo. (Habla lentamente, con pausas frecuentes) Y, ¡oh!, siempre hablaba de cosas que yo puedo entender. (Una pausa mayor) Y, Padre, siempre me gustó ese largo, largo camino frente a nosotros. (Una pausa larga. Habla con debilidad) Creo que ahora debo dormir. (Vuelve su rostro a otra parte por un momento y cierra los ojos. Entonces, al voltear de nuevo a verlo, sus ojos están a medio cerrar)

Padre4, la Primavera ha llegado al valle y yo debo ir a encontrarme con la primavera. (Pausa) Es una lástima que no pueda venir conmigo. Una lástima. (Una pausa más larga. Hace acopio de su fuerza y extiende la mano hacia él)

Ahora, Padre, vamos a tomarnos de las manos. (Pausa y pone su blanca mano en la de él) Parece que debo caminar mucho (pausa) antes de alcanzar el final del valle y encontrarme con la primavera. (Ella se voltea por completo, cierra los ojos. La sombra de la muerte se ve en su rostro)

Loco:

Pobre muchacha. Nunca cantó su canción. Y ahora tiene que seguir a la primavera para unirse al coro de los difuntos y los muertos que quisieran volver a amar.

Padre Josepe:

¡Matilde, hija mía, hija mía!

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4 N. del T. La mayúscula de ‘Primavera’ ocurre solamente en esta primera mención en el original ‘Spring’.

Matilde:

Padre Jo—Josepe. (Se está hundiendo)

Loco:

Desde el centro del aire lo llama “Padre” y desde el centro de la tierra él la llama “hija”. Pero yo sé más. Yo sé.

El esposo de Matilde entra. Viene de la habitación contigua. Mira al sacerdote y ve la Santa Eucaristía sobre la mesa. Está de pie, inmerso en silencioso asombro, y cuando habla lo hace con voz temblorosa.

Luigi:

Usted está con ella, Padre. Llegó antes que yo.

Loco:

Sí, pero llegó demasiado tarde, amigo mío. Sólo un poco demasiado tarde.

Padre Josepe:

No es una carrera, amigo mío. Nunca lo es; sólo lo parece. El sacerdote nació para llegar antes, como ocurrió en Babilonia y como será siempre. Ahora, no lo mencione, amigo, y sea firme en su fe. Ella está a punto de desposar a Jesús Nuestro Señor. (Mira a Matilde por un minuto entero, tocando su mano, su pulso, y por fin hablándole)

Ahora, hija mía, sé que ya no puedes hablar. Repite mis palabras en tu corazón, pues serán sendero de luz para guiar tus pasos por el Jardín Bendito. Repite cuanto te diga, hija mía.

Matilde mueve ligeramente la cabeza. Entiende y asiente.

Padre Josepe:

(Repitiendo la Extremaunción) María, Madre Nuestra, Torre de Luz, vengo a ti, a tu servicio. Recibe mi espíritu. Recibe mi espíritu.

Matilde:

(Repite estas palabras en un susurro)

Padre:

María, Madre Nuestra, Reina del Cielo, te ruego por tus siete penas, ahora siete estrellas brillando en el firmamento, recibe mi alma y acógeme en tu seno.

Matilde:

(Repite estas palabras en un susurro aún más tenue)

Padre:

Di en tu corazón, mi niña: Jesús Nuestro Señor, Esposo de mi corazón, recibe a Tu humilde novia en la puerta de Tu Mansión Bendita. Señor Jesús, Amado mío, consciente que mi espíritu habite en la mano herida que ahora sostiene el báculo.

Matilde:

(Repite, esta vez de manera casi inaudible)

Padre:

Matilde, di en tu corazón: Jesucristo, primogénito de Dios, que viniste del corazón de Dios, guíame ahora hacia Nuestro Padre que está en los Cielos.

Matilde:

(Mueve los labios intentando repetir las palabras del sacerdote)

Padre:

Espíritu Santo, blancas alas en el espacio, (con voz profunda y alta) levántame y cárgame hasta Su regazo estrellado.

Matilde:

(Sólo mueve sus pálidos labios.)

Padre:

(Pone su mano sobre la de ella y, acercando su rostro cada vez más al de ella, la mira concentrado. Con voz intensa y tranquila

Matilde:

(Sus labios apenas se mueven)

Hay una larga pausa.

Matilde abre los ojos ampliamente y mira al cura. Entonces, como si fuera alguien más quien hablara a través de sus labios, dice en una voz baja y clara:

Matilde:

La primavera ha llegado al valle, padre Josepe. Es el momento de ir a encontrarme con ella.

Hay un silencio intenso. Matilde exhala5 prolongada y temblorosamente. Su espíritu se ha ido lejos del hermoso barro.

El padre Josepe se persigna tres veces. Luego se queda quieto, como Matilde.

Loco:

El nudo ha sido desatado; el hilo de seda, roto; y el carruaje viaja sobre el viento.

El padre Josepe posa de nuevo su mano sobre la de ella. Está fría. Luego sobre el corazón de Matilde, que está silencioso. Torna a ver a Luigi, vuelve a verla de nuevo, y dice:

Padre:

Está ahora más lejos de nuestro alcance. Ahora está más allá de nuestros vuelos.

Loco:

Un corazón hambriento se sentará esta noche a la mesa eterna.

Padre:

(Se pone de pie y voltea hacia Luigi, quien se encuentra del lado opuesto) Amigo mío, tu esposa está ahora en camino de encontrarse con su Señor. Ponte de pie, hermano, y ven aquí: arrodíllate conmigo y recemos.

Luigi se pone de pie con torpeza, mira hacia el techo como si viera la sombra de una presencia en la habitación. Entonces se acerca a Josepe. Ambos se arrodillan al lado de la cama de Matilde y rezan silenciosamente. De vez en vez se persignan uno y otro. El padre Josepe se pone de pie primero y observa la cara de Matilde, mientras Luigi sigue rezando. El sacerdote entonces pone su mano sobre el hombro de Luigi.

Padre:

Ponte de pie ahora, hermano mío. Entra en la habitación de al lado. Todo ha terminado. Debes descansar. Debes dormir. Yo me quedaré vigilando, solo.

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5 N. del T. El original dice ‘draws breath’, o sea que inhala, pero el contexto señala que en realidad expira su último aliento.

Luigi se levanta. Su apariencia es de alguien mucho mayor a su edad. Es conducido a la puerta de la habitación contigua, en la que entra. Sus pasos pesados se oyen con claridad mientras deambula. Por fin se escucha el rechinar de una cama bajo el peso de su corpulencia.

El padre Josepe ha vuelto a ponerse de pie junto a la cama.

Loco:

Sus huesos cansados tienen plomo en vez de médula.

Tras una pausa, se comienza a oír una respiración pesada y monótona que proviene del cuarto contiguo.

Loco:

¡Tórtola con alas de luz de luna! Contempla ahora la fosa. ¿Quién habrá de construir el puente?

El padre Josepe observa el rostro blanco, de pie como una estatua al lado de la cama. Una o dos veces se vuelve hacia la puerta del otro cuarto, tras lo cual voltea de nuevo a ver a Matilde. Pasan muchos minutos silentes e intensos. El sacerdote aún está de pie, inmóvil.

Loco:

Habla ahora. Has callado por demasiado tiempo. Abre tu encerrado corazón, muchacho mío. Ella te escuchará ahora. Él, en cambio, duerme. Siempre ha estado dormido. Dormirá hasta que la verde primavera llegue a sus campos.

El sacerdote trae las dos velas encendidas de la mesa. Pone una sobre la cabeza de Matilde y la otra a sus pies. Entonces se arrodilla y posa su frente sobre la orilla de la cama. Besa las manos cruzadas de la chica y mira largamente su rostro.

Padre:

(Con el alma entera en su voz) ¡Matilde, Matilde, Matilde!

Loco:

Su voz es tan callada como la noche, tan profunda como el mar, y tiembla como la esperanza de la humanidad. Pobre muchacho, que sólo ha podido cantarle a la muerte.

Josepe:

Matilde, amada de mi alma, puedo al fin hablarte. La muerte ha abierto mis labios para revelar un secreto tan profundo como la muerte misma. Y esta muerte ha liberado mi lengua para mostrarte algo más profundo que todo el dolor. Matilde, espíritu alado, escucha el llanto de mi alma, aún dentro de su jaula, sin alas todavía. Ahora escucha, ¡mas no al sacerdote, sino al hombre! El muchacho que te vio caminando en los jardines y se escondió en los arbustos para que jamás lo vieras. Matilde, escucha al que te escuchó cantar por las tardes mientras regresabas a casa de tu padre. El atardecer se posaba en tu cabello y, a media noche, llegaba a mi corazón. Muchas veces fuiste como una niña al lado del arroyo y tus pequeños pies fueron preciosos en el agua.

Matilde, azucena del campo, fuiste arrancada por Su mano, por la Gracia de Su mano. Yo también he sido arrancado, y sin embargo dicen que viviré.

Loco:

Sí. Algunos morimos y aun así permanecemos aquí, como fantasmas blancos, demasiado difusos como para cantar nuestro amor por la tierra, demasiado temerosos como para ir más allá. ¡Pobre muchacho! ¡Pobre muchacho!

Josepe, sacudido por la agonía, mira el rostro hermoso de Matilde por un momento y golpea entonces su propio pecho.

Loco:

Besa tu cruz y bájala. La has cargado de más sobre tu espalda. Besa tu cruz, padre pequeño, y ponla sobre los hombros de Jesús. Sus hombros son tan amplios como los de Orión.

Josepe:

(Arrodillándose al lado de Matilde) ¡Rosa de Sarón, azucena de los valles, canción de mi sueño más profundo! ¡Matilde, mi amor!

Besa su frente y sus ojos, su cuello y sus manos, una y otra vez.

Loco:

Pobre juventud. Pobre madurez que ha conocido los modos de la vida. Has alcanzado el vano y la puerta está cerrada. Ahora también se ha cerrado la ventana y contra su marco recargas tu rostro. Y hace frío. ¡Pobre juventud! ¡Pobre hombría inútil!

De repente, algo cambia en Josepe. Una ola de penitencia lo atraviesa. Se duele por lo que ha hecho en el exabrupto de su emoción. Se retrae, se aleja de ella, y se para en medio de la habitación sacudido como un árbol en la tormenta. Entonces cae al piso y lo golpea con los puños. Al levantarse, cubre su rostro con las manos.

Josepe:

(Con una voz estupenda) ¡Dios, Mi Señor, perdona mi flaqueza! Dios, Mi Señor, no fui paciente hasta el fin. El secreto que la vida escondió en mi corazón por siete años, la muerte reveló en un instante. Dios, Mi Señor, ¡perdóname! Perdóname y permíteme estar de pie ante ti con mi cruz, de nuevo ante tu altar. (Llora amargamente. No se atreve a mirar de nuevo el rostro de Matilde)

Loco:

Vuélvete, muchacho mío: mira hacia otra parte y verás una procesión de amor y devoción y vida y muerte.

Josepe:

(Como recuperándose de un trance. Habla con una voz nacida de su nueva confianza en Dios y en la vida) La primavera ha llegado al valle. Ahora debo ir a encontrarme con la primavera.

Loco:

Pobre muchacho. Será acechado por la primavera, pero sólo encontrará invierno. Lo llamará con dulces nombres y encontrará consuelo.

Telón lento.