La generación de Gibran es resultado de una historia literaria que dio cuenta de los acontecimientos políticos de la creación del Líbano. A principios del siglo XX, este joven grupo fue protagonista del llamado Renacimiento de las letras árabes, cuyas grandes aspiraciones anudaron la tarea de liberarse de los cánones poéticos tradicionales, de cultivar la unidad árabe partiendo de su diversidad, de llevar adelante el nacionalismo como forma de liberación del Imperio Otomano y las intervenciones extranjeras, y de subrayar al mismo tiempo la dignidad de su pasado y su cultura.
Kahlil Gibran, Ameen Rihani y Mikhail Naimy, los principales representantes de Al-Rabita al qalamiyya (La Liga Literaria o La Pluma Literaria) y promotores de la renovación de las letras, están en el camino de otros poetas, sobre todo, egipcios, que apenas los preceden en abrirle brecha a un Renacimiento o Nahda, por el que se adentraron con mayor libertad a fuentes diversas y universales. No se vieron constreñidos a las enseñanzas literarias sobre el libro sagrado del Corán, ni a las métricas y asuntos que, por ejemplo, ya se compendiaban desde el siglo XIV en Al-Muqaddima (Introducción a la historia universal, más conocido como los Prolegómenos) de Ibn Jaldún (o Khaldoun); como señala el crítico Abdul Kader El Janabi, en la antología Le poème arabe moderne, realizaron su trabajo literario y ensayístico poniendo en cuestión los fundamentos de la sociedad árabe. Y añade: Mientras se enfrentaron a los partidarios de la separación entre el poder temporal y el espiritual, y a los que situaban la sociedad entera bajo la autoridad del Libro revelado, Hafiz Ibrahim (1871-1932), Mohamad Sami al Barudi (1839-1904) y el príncipe de los poetas Ahmad Chawqi (1868-1932), volvieron a dar espesor a la poesía árabe inaugurando el «Neo-clasicismo».
Esta novedad venía anunciada por «nuevos medios de comunicación», según observa El Janabi, al referirse a una nueva geopolítica que empujaban sobre todo los países extranjeros. Esta etapa se desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX, imbricada en el giro que daría la literatura y de la mano de la historia colonial de la región. Egipcios y libaneses, principalmente de los medios cristianos, generarían a partir de sus propias circunstancias un rico abanico de reflexiones y letras.
A mediados del siglo XIX, Líbano era la región más occidentalizada y moderna en el mundo árabe, entendiendo éste desde el extremo noroccidental de África hasta Medio Oriente. El gobierno del emir Bashir II en la Montaña libanesa (de 1788 a 1804), había establecido alianzas entre diferentes grupos religiosos. Se subraya la convivencia pacífica de este periodo entre las cuatro principales comunidades del Monte Líbano: los ortodoxos, los chiitas, los drusos y los maronitas. El emirato, por su parte, había procurado la infraestructura para la nueva industria y tendió vías para el comercio entre el litoral y las poblaciones del territorio sirio-libanés. La paz entre los grupos religiosos dejó a los literatos y políticos árabes una fuerte e importante influencia por la que luego recrearían demandas de pacifismo, como principio de toda política y forma de vida.
Pocas décadas antes del nacimiento de Gibran, los maronitas habían abierto paso a los misioneros católicos franceses, quienes llevaron adelante la educación cristiana y establecieron hospitales que imprimieron un sello europeo en la región. Por su parte, los drusos y comunidades no cristianas que se oponían al Estado otomano extenderían sus lazos hacia Gran Bretaña, mientras los ortodoxos griegos lo harían hacia Rusia, y los melkitas hacia Austria, de acuerdo con La historia del Líbano de Ana María García Campello. Y así la historia libanesa se ligó profunda y particularmente a las acciones colonialistas de Occidente. Se establecieron los protectorados por los que los extranjeros enviaban misiones, introducían capital, establecían autoridades y ofrecían seguridad mediante reclutamiento obligatorio.
Desde el siglo XIX la expansión hacia nuevos territorios llevó a Inglaterra y a las naciones del continente europeo a un conocimiento práctico y hondo no sólo de recursos económicos, sino también de la lengua y las costumbres locales. Pero estas exploraciones se harían con el rasero que ha privilegiado la cultura occidental: En aquellas geografías como la china, la india o la árabe donde se habían erigido grandes civilizaciones, la catalogación de «pueblos salvajes» no era posible y frente a ellos se levantó el discurso de su decadencia e incapacidad para salir del oscurantismo que vivían frente al avance civilizacional europeo. De esta manera en el mundo musulmán, y, por supuesto árabe, se llevaba a cabo un proceso de denigración de su legado cultural, histórico y civilizacional, presentado como incapaz de progresar y modernizarse, apunta la arabista Gema Martín Muñoz. Los poetas árabes se orientaron a dignificar su cultura, al tiempo de romper las ataduras de sus letras. En el camino de historias sangrientas, sus esfuerzos por reducir la opresión de los pueblos se articularon con los medios intelectuales y artísticos del Romanticismo europeo.
El Imperio Otomano mantenía entonces su dominio sobre el territorio de Siria y de Líbano. Sin conceder más paso a los intereses extranjeros, procuró convertirse en una nación, pero las potencias lo detuvieron. Entre 1858 y 1860 estalló una guerra perpetrándose el genocidio de tres mil cristianos, suceso que dejaría profundas huellas en las generaciones siguientes. Muchos pobladores maronitas huyeron a la Montaña libanesa donde se asentaron y otros empezaron a emigrar. La opresión siguió a través de duras medidas, como el cobro de gravámenes y de penalizaciones arbitrarias que los dejaban sin posibilidades de sustento.
Los nuevos poetas árabes trataban de interrogar lo trágico de la existencia bajo la influencia del Romanticismo inglés, añade El Janabi. Y el empeño por recrear las formas de escritura agitó sopores y academicismos que les valió críticas y exclusiones. Entre los primeros en liberar la poesía del sistema de rima árabe, está el grupo egipcio al-Diwan, de Abbas Mahmud al-Aqqad (1889-1964), quien legó también ensayos sobre filosofía y religión; Ibrahim al-Mazini (1890-1949), gran estilista y humorista; y el vate Abdul Rahman Shokry (o Choukry) (1886-1958). Sin embargo –subraya El Janabi– el aporte más innovador vino sin duda de los poetas de al-Mahjar, a partir de su exilio neoyorkino, donde están Gibran y los miembros del movimiento literario americano-libanés de Liga de la Pluma:
Sus ensayos marcaron un progreso de la crítica poética y fueron publicados en dos volúmenes bajo el título el Diván. Sin embargo, el aporte más innovador vino sin duda de los poetas de al-Mahjar, a partir de su exilio neoyorkino. Evolucionaron entre el registro de la modernidad americana y el de la nostalgia bucólica y pastoral, y sintieron la necesidad de variar los temas y encontrar nuevas orientaciones líricas. Una vena romántica desató así la lengua árabe que produjo una poética simple, dotada de una transparencia casi bíblica. La prosa de Gibran Khalil Gribran (1883-1931) marcado por «nuevas expresiones y un nuevo uso de elementos de la lengua», y el ensayo crítico de Mikhail Naimy (1889-1988), Le Tamis, abrieron la vía, con otros, a una nueva poética.
Gibran aportaría con magistral pluma imágenes nacionales perdurables; como ningún otro poeta, encontró en las montañas, los bosques de la Qadicha de antiquísimos cedros, los cielos tempestuosos, los valles nevados, en sus vitales colores y animada naturaleza, la fuerza y clave de las artes que cultivó: literaria, pictórica, musical. La crítica tradicional lo etiquetó de sentimentalismo excesivo…y estilo débil –según cita Salma Mcharek del crítico Badawi-. Esto movió al autor a escribir el poema en prosa Ustedes tienen su lenguaje y yo tengo el mío –en alusión a su escrito político Ustedes tienen su Líbano y yo tengo el mío–, donde replica: Ustedes han conservado su rígido cadáver / y yo tendré su alma. Salma Khadra Jayyusi, en uno de los libros referenciales en lengua inglesa sobre la literatura árabe, Tendencias y movimientos en la poesía árabe moderna (1977) traducido por Christopher Tingley, apunta a la maduración de un pensamiento literario libanés, que inició en las revistas Al-Funun y luego Al-Arrabitah. Siendo muy crítico de la lengua, las costumbres y las instituciones, como el clero, el Estado y el matrimonio tradicional, los papeles sociales de la mujer, Gibran pasó a expresar actitudes generales hacia el hombre y la vida, y sus escritos comenzaron a tomar un aspecto más universal. Salma Mcharek señala una división de temas: Rihani desarrolló su interés en el Pan-arabismo y la situación de Palestina, mientras Gibran y Naimy continuaron su curso trascendental, enfocado sobre lo imaginativo y lírico, y fueron más allá del mundo real.
Es a la luz de la historia sobre la literatura y la lengua, de sus temas, formas, resoluciones –que llevan los modos de vida y de ver la vida de los árabes– que se valoran los renacimientos. Esta cultura profusa en literatura oral amparó los renacimientos de las letras reconociendo la gran influencia de Gibran y sus compañeros. Pero no serían estos últimos quienes marcaron el final del cambio, sino la generación siguiente, y en particular el grupo Apolo, donde destaca Khalil Mutran (1870-1940), quien, rompiendo las cadenas del conformismo, volvió la poesía árabe permeable a la imaginación extranjera, desarrollando así un proyecto con espíritu gibraniano por la unidad y comprensión universal.
Es la herencia del poeta libanés que supo expresar, exaltando la belleza de su tierra, inquietudes del alma moderna, opuesta a la guerra y a los estados opresores, mirando hacia la hermandad entre Oriente y Occidente: El nombre de Gibran –dice el crítico Bushrui–, quizá más que el de ningún otro escritor moderno, es sinónimo de paz, valores espirituales y comprensión internacional.