Todas las noches, mi espíritu vuelve a París y vaga entre sus casas. Y todas las mañanas me despierto pensando en aquellos días que pasamos en el corazón de los templos del arte y del mundo de los sueños.
Gibran. Carta a Youssef Hoayek
Gibran y Rodin
A principios del siglo XX París era una fiesta. El movimiento de vanguardia avanza como un animal abriendo sus fauces de experimentación y protesta. La epopeya del Modernismo tiene su sede en la capital francesa. La ciudad luz no lo había hecho sola. Desde Viena, vasos comunicantes llenos de sangre innovadora la insuflan de originalidad y creación con las visiones de sus héroes: Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, Egon Schiele, Sigmund Freud, Otto Wagner, Adolf Loos, todos ellos permeados por la Ver Sacrum, la Nuda veritas de la Secession, y el descubrimiento del inconsciente.
En París el ambiente artístico está convulsionado por el Cubismo. La primera década del siglo pasado estrenará con Picasso una nueva visión de la realidad con el gran cuadro Las señoritas de Avignon (1907). Los bohemios, supervivientes sentimentales de la crisis de fin de siglo, rondan bares y cafés discutiendo la “Nueva objetividad”. El mundo del arte venera al último gran heredero del romanticismo decimonónico y el que, a la vez, con su obra había proyectado la escultura moderna: Auguste Rodin.
En Boston, hacia el año 1908, Mary Elisabeth Haskell mantiene una relación de amistad con el libanés Gibran Kahlil Gibran. Es en una de esas veladas que le propone al joven artista costearle una estancia en París para que se consolide como creador. La que sería su “ángel de Boston”, le dará a Gibran los medios materiales para hacer un viaje a la meca del mundo artístico de Occidente.
Así Gibran Kahlil Gibran llega a París el 13 de julio de 1908. Se instala en Montparnasse, barrio de artistas e intelectuales, en el número 14 de la calle Maine. Se inscribe en la popular academia de Rodolfo Julian, por donde habían pasado Matisse, Bonnard y Léger, entre otros. Ansioso, también se propone de oyente en la Escuela de Bellas Artes en la calle de Bonaparte. Toma clases con Pierre Marcel-Béronneau, pintor reconocido y discípulo de Gustave Moreau, y frecuenta la Academia Colarossi, en la calle Grande-Chaumière, escuela que se hará famosa por haber acogido entre sus muros a la joven temperamental Camille Claudel.
Una de las noticias con las que contamos sobre el encuentro de Gibran con Rodin lo tenemos en este tiempo. Se cuenta que el que sería el autor de El Profeta, realizaba una serie de retratos consagrados a las grandes personalidades de su tiempo: Paul Bartlett, Claude Debussy, Auguste Rodin y Henri Rochefort, entre otros.
Ya casi por terminar su estancia en París, Gibran consiguió ser invitado a una de las más importantes exposiciones anuales: al Salón de Otoño. Participó con la pintura El otoño, visión melancólica que se interpone entre la alegría del verano y la tristeza del invierno, según la interpretación de su mismo creador, hoy sita en el Museo Gibran de Becharre, Líbano. Había presentado ante el comité Las edades de la mujer.
Un Rodin de casi 70 años, ya hecho semblante del artista universal, de barba larga y blanca de sabio, aclamado y seguido por una cauda de fama, visita la exposición donde el joven Gibran muestra una pintura. Más le habría valido representar a una de las virtudes, la Esperanza. La versión que consigna Alexandre Najjar, refiere que el escultor miró el cuadro un segundo y se pasó de largo sin decir una sola palabra.
La frase “Gibran es el Blake del siglo XX”, atribuida a Auguste Rodin, ha sido repetida sin tener una constancia histórica que la compruebe. Sin embargo, el parangón entre el poeta inglés del siglo XVIII y el poeta libanés, coetáneo nuestro, ha dispuesto las plumas de algunos y ha hecho vibrar la emoción de otros que han reflexionado sobre aquellas semejanzas que pudieran dar dos bardos que hicieron de su obra un hecho artístico relevante.
Blake y Gibran
Quien no imagine con rasgos más fuertes y mejores, con luz más fuerte y mejor de lo que puede ver con sus ojos mortales y perecederos, no imagina nada.
William Blake
Podría decirse que el afán de trascender es un común denominador entre Blake y Gibran. Ambos poetas-pintores, sus piezas dan cuenta de ello. Profetas de una tierra llamada creación, expresarán sus visiones a través de una literatura y plástica perdurables.
William Blake nació el 28 de noviembre de 1757 en Londres y murió en 1827. Desde joven mostró interés por el dibujo. A los 14 años ingresó al taller del grabador James Basire quien le solicitó dibujos de las tumbas de la Abadía de Westminster. A los 21 años ingresó a la Real Academia de Londres. En 1782 muere su hermano Robert, quien durante una revelación, le habría enseñado el método de grabar y colorear al mismo tiempo texto e ilustración; a elaborar una sola obra donde dibujo y poesía se iluminan mutuamente.
La trayectoria artística y literaria de Blake se desenvuelve a partir de los llamados Primeros libros poéticos escritos en 1783. Le siguieron Canciones de una isla en la luna (1784), Cantos de inocencia (1789), El libro de Thel y el más famoso de todos, El matrimonio del Cielo y el Infierno (1790).
Su obra, como la de Gibran, es una constante reflexión sobre el hombre y la naturaleza. Admirador del arte griego, egipcio y medieval, la vida del artista británico se ubica dentro de la primera generación de poetas visionarios del Romanticismo inglés. Sus lemas: Atrévete a sentir y Ten el valor de seguir tu propia intuición.
Al igual que en la obra del libanés, para los llamados poetas visionarios, la fe tenía fundamento en algo más allá de lo razonable, sino emotivo, no de argumentación, sino de experiencia; su posición religiosa y metafísica descansaba en la intuición y en la delicia espiritual, no en la lógica y la razón analítica.
De William Blake a Gibran Kahlil Gibran se puede construir ese puente donde la creación literaria trasmite una poesía con gran paroxismo. Autores enfrentados a un mundo materializado cuyo destino poético se define en trascender el asunto material.
“Pulsaciones arteriales” –define el poeta inglés a las visiones–; Blake y Gibran las tendrán y darán cuenta de ellas en su obra. Temperamento es lo que mana en sus libros.
Radwa Ashour, en su libro Gibran and Blake, un estudio comparativo, considera que uno de los rasgos que habría que retomar como relativos fundamentales entre los dos artistas es que se trata de seres notablemente religiosos que plantean su expresión a partir de esta condición de preceptos místicos de trascendentalidad. La Biblia será importante fuente para ambos autores. Los dos admiran la vida de Jesús y estará siempre presente en sus obras. Blake mezcla diferentes tradiciones culturales para hacer algo propio. Gibran, entre otras cosas, usa el estilo de la Biblia cuando escribe sus parábolas y aforismos.
Blake y Gibran se parecen asimismo en aquellas filiaciones al Platonismo y Neoplatonismo. El libanés lo muestra muy pronto en Al- Music (1905), uno de los ejemplares que hoy resguarda Museo Soumaya. Más adelante, en su obra escrita en inglés dará amplia cuenta de sus conocimientos sobre Platón y la corriente Idealista.
Gibran sintió siempre el impulso del artista. Su destierro de Líbano, país pródigo de riquezas naturales, culturales y lingüísticas, alimentaron el fuego de aquel Prometeo que tránsfugo de su destino, encontró en tierras lejanas su puerta al arte. París, Rodin y Blake –entre otros encuentros– le abrirán un horizonte creativo del que nunca se exilió.