El ciego
Obra en un acto
Por Gibran Kahlil Gibran
Traducción y edición de Yamil Narchi Sadek
Personajes:
David……………………………….Un músico ciego de treinta años de edad.
Helen……………………………….Su esposa, una mujer de más de cuarenta.
Anna…………………………………Hija de Helen de un matrimonio previo.
Kingdon…………………………….El hombre del otro lado del campo.
El Loco
Escena: La acción ocurre en una habitación que funciona como sala y biblioteca, en la planta baja de la casa de David.
Es alrededor de las once de la noche, en enero. Una tormenta de nieve azota fuera.
Cuando se levanta el telón, el Loco cruza el pasillo central del teatro y sube al escenario. Se sienta en una silla cerca de la chimenea encendida.
David y Anna están sentados en el sofá. Anna lee al ciego un poema en voz alta.
Después de leer, le habla.
Anna:
Pero padre, eso no fue todo. Había algo mucho más maravilloso; algo que llegó a mi corazón cuando toqué sus caras en la oscuridad. (Una luz asombrosa ilumina su rostro) Nunca antes me había sentido tan buena, tan dispuesta a querer, tan tierna. Quise a esas muchachas mil veces más de lo que las quería antes. Y sentí que me querían más a mí. Todo fue extraño y dulce. (Hay una pausa) Esa tarde supe por primera vez lo hermoso que eres. Y algo me dijo que las otras te habían conocido y te querían también. Y cuando me quitaron la venda de los ojos, las miré y sus caras eran diferentes. Fue como hubiera tenido una visión. Después de eso, ya no jugamos. Simplemente nos sentamos juntas a hablar en voz baja. Éramos siete hermanitas, y cada una de nosotras quería ser la mamá.
David:
(Tras un largo silencio, toma y besa su mano) Hija mía, niña querida, cuando Dios me quitó la vista y te envió a mí, Dios estaba siendo generoso.
Anna:
(Se levanta y se va a sentar junto a David) Dios fue muy bueno conmigo por enviarte a mí.
David:
(Besando su frente, después tomando su mano y tallando las yemas de sus dedos contra sus ojos ciegos) Mi dulce niña, ¡mi pequeña Anna!
Permanecen sentados en silencio. Helen entra. Los mira por un momento. Está turbada y molesta, pero intenta conservar la calma en su apariencia. Camina por el cuarto, volteándolos a ver una o dos veces.
Anna:
Oh, madre, ¿estás aquí?
Helen:
Sí, aquí estoy. (Lo dice con aspereza)
David:
Debe ser tarde, Helen, ¿no es cierto?
Helen:
Es tarde. (A Anna) Vamos, no veo qué haces aquí a esta hora. Por qué no te vas a la cama.
David:
Sigue nevando, ¿no es cierto, Helen?
Helen:
Sí, es una tormenta terrible, y si sigue nevando toda la noche, no va a haber manera de salir de esta casa mañana.
El Loco:
Pero es una tormenta honesta. Hará pedazos todas las ramas rotas y enterrará todas las cosas muertas en el bosque.
Va la ventana y mira para afuera. Entonces se vuelve de pronto y mira a David y a Anna impacientemente.
David:
Las tormentas de nieve siempre me dan una sensación de silencio. Siempre escucho con mayor claridad cuando hay nieve.
Helen:
Sí, sí. Te he escuchado decirlo antes. Y lo dices con tanta frecuencia que me irrita tener que volverlo a oír.
Anna:
Madre, ¡cómo puedes decir eso! Claro que la nieve le da a uno una sensación de silencio.
Helen:
(Temperamental, a Anna) Deja de decir tonterías. Dices estas cosas para sonar inteligente. Los pericos nunca son inteligentes. (Hay una pausa) Bueno, no lo vamos a discutir ahora. Mejor vete a tu cuarto. Es tarde. Yo me encargo de la puerta y las ventanas y cuido el fuego.
David:
No sabía que fuera tan tarde. Anna me estaba leyendo y supongo que perdimos la noción del tiempo. (Se vuelve hacia Anna y pone su mano sobre la cabeza de la chica) Ahora, a la cama, querida, y duerme bien y sueña esos hermosos sueños tuyos. Yo también subiré pronto.
Anna se pone de pie y se vuelve hacia él con mucha ternura, besando su frente.
Anna:
Buenas noches, padre. (Se vuelve hacia su madre y cambia de voz) Buenas noches, madre.
Helen:
(Fríamente) Buenas noches.
Anna sube las escaleras lentamente, volteando una o dos veces a ver el rostro de David, el cual está vuelto hacia arriba, siguiendo sus pasos con sus ojos ciegos.
Helen camina ansiosa de un lado para otro.
Helen:
¡Qué tormenta! ¡Qué tormenta!
Pausa.
David:
Estás nerviosa esta noche, Helen, ¿no es cierto? Caminas de un lado para el otro de la manera más extraña.
Helen se detiene repentinamente y deja de moverse por completo.
Helen:
¡No estoy nerviosa! Estoy tranquila. ¿No puedes oír lo tranquila que estoy? Pensé que tú lo oías todo.
David:
(En voz baja) No, no todo, no todo. Sólo puedo oír algunos murmullos en la oscuridad, sólo algunos murmullos.
El Loco:
¿Qué más merece ser escuchado, sino un murmullo? Sólo los murmullos alcanzan nuestros oídos.
David se ha puesto de pie y vuelto hacia el inicio de las escaleras. Helen expresa su alivio con gestos de manos y brazos.
David sube las escaleras lentamente.
David:
Buenas noches, Helen.
Helen:
Buenas noches. (Luego, con énfasis) Espero que duermas bien.
El Loco:
¿Quién había de dormir en una noche de terror? ¿Quién yacería en paz dentro de las mandíbulas de un volcán? ¿Quién podría cerrar los ojos cuando hay espinas en sus párpados?
Cuando David desaparece, Helen suspira con alivio, va a la ventana y la abre. Mira hacia afuera con atención, tapando su cara para que no sea golpeada por la nieve. Ve que nadie viene, cierra la ventana y mira hacia el reloj. No son las doce en punto todavía. Camina de un lado al otro.
El Loco:
Camina, mi bella dama, camina. Hay un lugar al que quisieras llegar, y luego, más allá, hay otro lugar.
El reloj marca las doce. Helen enciende tres velas inmediatamente y las pone en la mesa que da a la ventana.
El Loco:
Contemplen el faro que guía a los barcos perdidos en la tormenta.
A esto sigue un minuto de silencio profundo. Helen, con los ojos fijos en la puerta, pone atención hasta al más mínimo sonido. La puerta de afuera se abre lenta y suavemente.
Después ocurre lo mismo con la puerta de adentro. El hombre entra, cubierto con nieve. Helen se abalanza sobre él.
Helen:
¡Oh, querido, querido! ¡Has venido por fin!
El Hombre:
(En voz baja) Estuve esperando ahí tanto tiempo. Pensé que nunca llegaría la media noche. (Sale al vestíbulo y se quita el abrigo, el sombrero y el cubre cuellos. Los cuelga. Entra en la habitación y cierra la puerta interna detrás suyo) Tenía ya la mitad del cuerpo enterrado en la nieve. Pensé que llegaría la mañana antes de que yo viera las velas prendidas en tu ventana.
Helen:
(Lo lleva al sofá y se sienta a su lado.) Querido, ¿puedes imaginarte por lo que yo estaba pasando? ¡Tú allí afuera en la tormenta y yo aquí con esas dos criaturas! No puedo soportarlo más. Te lo digo, Kingdon, ¡no puedo soportarlo!
El Hombre:
No hables tan fuerte, Helen. Podrían escucharte. Habla en murmullos.
Helen:
(Recordando lo que David dijo sobre los murmullos, y bajando ligeramente la voz)¡Oh, yo ya no puedo hablar en murmullos! No quiero secretear. ¡Quiero gritar! ¡Quiero vociferar! ¡Me voy a ahogar si no grito!
El Hombre:
Lo sé, lo sé, pero tienes que tener paciencia.
Helen:
Paciencia, paciencia, ¿esa babosa inútil? ¿Y con quién debemos ser pacientes? (Lo besa apasionadamente) Mi amor, mi amor, ¿no hemos sido pacientes por suficiente tiempo?
El Hombre:
¿Qué más podemos hacer si no esperar?
Helen:
(Se pone de pie y habla apasionadamente) ¿Por qué hemos de esperar? ¿Y qué es lo que estamos esperando? No sabes por lo que estoy pasando, simplemente no lo sabes. (Se frota las manos con gran emoción) Ahora, escúchame. Vivo en una casa ciega. Todo en ella es ciego. Incluso mi hija, carne de mi carne, se está volviendo ciega. Hace todo como lo hace él. Camina por la casa tocando las mesas y las sillas como si no pudiera ver. Incluso habla como los ciegos, y a veces me parece que su voz surge de la oscuridad. Cuando está con él, ella nunca habla de la forma o del color de las cosas, siempre habla del sonido o la música o la sensación o el olor (imita la forma en que Anna hablaría). Oh, ¡la odio! Los odio a ambos. Odio el mundo en el que viven. No es un mundo. No es vida. Es un vaho, un sueño oscuro, no es real. Te digo que no puedo soportar un día más. ¡Me está volviendo loca! (Voltea hacia él y pone los brazos alrededor de su cuello.) ¡Llévame contigo, Kingdon! Sácame de esta oscuridad. ¡Libérame de esta prisión!
El Hombre:
¿Pero cómo? ¿Cómo te puedo sacar de esto, Helen? ¿Y a dónde iríamos? Por favor, espera un poco. No podemos simplemente escapar. ¿Qué diría la gente?
Helen:
No me importa lo que la gente diga. No me importa nada ni nadie. Sólo me importas tú y me importo yo y nuestro amor. Y dime, ¿qué dirían? “Helen Rugby ha dejado su carga ciega.” Bien, entonces yo diré “Helen Rugby lo dejó porque él la dejó a ella para dedicarse a su hija.”
(El Loco: )1
El Hombre:
También podrían decir otras cosas. Podrían decir: “La juventud busca juventud”. Y que no debiste haberte casado con un hombre tanto más joven que tú. (Se detiene abruptamente y luego dice) Perdóname, Helen, por haber dicho esto. Sólo repito lo que la gente dice.
Helen:
(Se levanta indignada, alargando su postura.) Oh, Dios, Kingdon, ¿cómo puedes decir eso? Yo soy más joven que cualquiera de ellos dos. Soy más joven que mi propia hija. Ella es vieja. Ambos son viejos. Son como dos personajes en un viejo cuento, moviéndose en un libro en vez de en una casa. Se mueven lentamente. Hablan lento.Todo lo que hacen es lento y viejo. Oh, Kingdon, tú sabes que yo soy joven. ¡Tú conoces el fuego que arde en mí! ¡Tú me conoces!
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1 N. del T. Gibran dejó espacios para parlamentos del Loco que nunca escribió. Esto se repite en tres ocasiones más adelante. Dejo ambas entre paréntesis.
El Hombre:
(Se levanta y la toma en sus brazos) Sí, sí, lo sé, lo sé. Sólo pensaba en ti. Ya sabes que no quiero causar problemas. Y sobre todo, Helen, no queremos que haya un escándalo. Sólo pensaba en… (Se detiene de repente y escucha. Se miran entre ellos. Él continúa, en un susurro) ¿Oíste pasos? (Se queda quieto, en silencio)
(El Loco: )
El sonido de los pasos en el piso de arriba se hace más y más fuerte. E incluso más fuerte.
Helen:
(Hablando en secreto y poniendo su mano sobre la boca del hombre, le hace señas de que vaya a la esquina del cuarto, donde están los libreros grandes) Es él. ¡El ciego!
El hombre camina de puntas hasta la esquina. Los pasos arriba se desplazan hacia la parte alta de las escaleras. Helen está de pie, en el centro de la habitación, erguida, enfadada, desafiante.
David aparece en la parte alta de las escaleras y baja lentamente. Cada paso que avanza parece revelar los nervios de Helen. Después de seis o siete pasos, se detiene un momento.
David:
Aquí estás, Helen, ¿no es cierto?
Helen:
Sí, aquí estoy. ¿Qué quieres? ¿Por qué bajaste?
El Loco:
Has estado fuera de esta casa por mucho tiempo, mi bella dama. Sólo finges estar aquí.
Él sigue bajando las escaleras, llega al piso inferior y pausa.
David:
¿Por qué bajé? (Como si hablara consigo mismo) ¿Por qué bajé? (Se lleva la mano a la cabeza) Ah, sí, ya sé.
Camina un poco hacia los libreros. De pronto se detiene, como si hubiera cambiado de parecer. Entonces camina hasta el sofá y se sienta donde estaba sentado el hombre. Toca el sofá con su delicada mano como intentando encontrar algo perdido.
Helen:
(Nerviosa, con la voz temblorosa) ¿Qué pasa, David? ¿Por qué bajaste? ¿Qué quieres? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
David:
(Aún tocando el sofá en su entorno) No. No, no hay nada que puedas hacer por mí.(Se levanta y pone una mano sobre sus ojos por un momento. Cuando baja la mano, hay una expresión distinta en sus grandes, abiertos y ciegos ojos. Con una voz más profunda, dice) Helen, ¿estamos solos en esta habitación, tú y yo?
Helen:
Sí, claro, estamos solos. ¿Qué quieres decir?
David:
(Como mirando alrededor) ¡Oh, qué raro! Qué raro es todo.
Helen:
¿Qué es raro?
David voltea de nuevo hacia los libreros, donde el hombre se encuentra de pie. Helen le haces señas para que se mueva de allí en silencio. El hombre lo hace.
Helen:
Te pregunté qué es lo raro. ¿Qué es lo que quieres?
David:
(Acercándose al librero) ¿No estás demasiado ansiosa de saber lo que quiero, Helen? Bueno, bajé por el último libro de música que sacó la Asociación a Favor de los Ciegos. Olvidé subirlo conmigo. Creo que puedo encontrarlo con la mano… a menos que Anna se lo haya subido a la cama.
Helen:
(Con enojo contenido) Pero, en nombre del cielo, ¿por qué se llevaría Anna tus libros ciegos a la cama?
David no contesta, pero se mueve lentamente.
El Loco:
Ella está aprendiendo el lenguaje de la noche, mi bella dama. Y en ese lenguaje cada palabra es una estrella y sólo Dios puede hacer las oraciones.
David tienta la hilera de libros, saca uno y regresa con él al centro de la habitación. Lo coloca en la mesa y pausa.
David:
Helen, ¿dijiste que estábamos solos en esta habitación, tú y yo?
Helen:
Qué pregunta más absurda. Ya te dije que estamos solos. ¿Quién más podría estar aquí?
David:
Si tú dices que estamos solos, entonces esta casa tiene fantasmas. Siento que alguien está aquí, con nosotros, en esta habitación. Pero tú dices que no hay nadie. (Se asoma con sus ojos ciegos hacia donde está el hombre) Es una cosa extraña, este sentimiento de la presencia de un tercero. (Pausa) Helen, ¿tú crees en fantasmas? (Pausa) Qué raro que uno tenga que morir para poder rondar2 así una casa. Los vivos duermen en paz.
El Loco:
¿No sabías, querido vigilante de la noche, que sólo los muertos rondan la noche?
Helen se acerca a David y finge amabilidad. Luego, con una voz distinta y artificial
Helen:
Ven, querido, te ves tan cansado. Vete a la cama. Aquí está tu libro. Y duerme mucho.
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2N. del T. El original ocupa la palabra haunt, que es al mismo tiempo rondar, ocupar, apropiarse y acosar
David:
Sí, supongo que tengo sueño. (Repentinamente se aleja de ella y escucha el viento que sopla fuera) Yo digo, Helen, que la tormenta debe haber forzado a un espíritu perdido a entrar en esta casa. Pobre espíritu. ¿Qué podemos hacer por él? Si tuviera frío, no podríamos abrigarlo. Si tuviera hambre, no podríamos darle de comer. La carne vive de la carne, Helen, y los humanos siempre podremos reconfortar a los humanos. ¿Pero qué podemos hacer por un pobre espíritu perdido en la tormenta? ¡Pobres espíritus, pobres almas, pobres fantasmas! ¡Pobres fantasmas perdidos!
Helen:
(Haciendo un gran esfuerzo para no gritar) Dices cosas muy raras. Por favor,deja en paz todas estas tonterías sobre fantasmas y espíritus. Es tarde, y ya te dije que quiero estar sola por un rato.
David:
Oh, quieres estar sola.
El Loco:
Estarás sola, mi bella dama, por un largo rato; por un largo, largo rato.
David se aleja de ella y camina hacia la puerta y hacia el pie de las escaleras. Ella piensa que subirá y hace señas al hombre para que esté en perfecto silencio un rato más. Otra sorpresa: David camina de manera rápida y decidida hacia la puerta, da vuelta a la llave del cerrojo, se coloca de pie contra la puerta, y grita en volumen alto:
David:
¡Anna! ¡Anna, Anna! (Hay una pausa que dura un segundo. El hombre y Helen se paralizan con un miedo repentino. David llama de nuevo) ¡Anna! ¡Anna!
Los pasos de Anna se escuchan casi inmediatamente. Ella se desplaza rápido en el piso superior.
Voz de Anna:
¡Sí, sí! ¿Qué pasa, padre?
David:
¡Baja! ¡Baja a ayudarme! ¡Baja rápido!
Se oye como Anna llega apresurada a la cima de la escalera.
Voz de Anna:
¡Ahora voy! ¡Ahora voy!
Helen:
(Furiosa) ¡Oh, topo ciego! ¡Quieres verme con los ojos de mi hija! Deja que venga. ¡Que vengan todas las malditas hijas de todas las mujeres malditas!
Anna ha aparecido en la parte superior de la escalera, vestida con ropas largas que fluyen; su largo cabello se desliza por sus hombros. Anna mira la escena y retrocede sorprendida por un momento.
David:
¿Estás bajando, Anna?
Anna desciende dos o tres escalones a la vez, pausando y acercándose lentamente.
Anna:
Ya estoy aquí.
Anna llega a los pies de la escalera y va a pararse al lado de David. Helen y el hombre están petrificados. Sus caras parecen haber sido atacadas por un miedo helado.
David:
(De frente hacia donde está el hombre) Anna, ¿quién está en esta habitación además de ti, tu madre, y yo mismo? Dime, ¿quién está aquí?
Helen y el hombre permanecen de pie, como esperando que caiga el golpe.
Anna:
(Lentamente y con dificultad) No hay nadie aquí.
Helen y el hombre sienten que el cuerpo se les hace flácido, como si fueran a caer al piso.
David:
(Elevando la cabeza, en un sollozo) ¡Dios mío, no hay nadie en este mundo que vea lo que yo siento! Anna, te lo pregunto de nuevo, ¿quién está aquí con nosotros?
Anna:
(Ahora pensativa y sosteniéndolo por el brazo) No hay nadie más que nosotros. No hay nadie.
El Loco:
Ella ha dicho una verdad que incluso yo no podría decir con tanta belleza.
David:
(A Anna) Pensé que tú podrías ver lo que siento. Ahora estoy solo, pero no en la oscuridad. Mis ojos muertos ven el fantasma de un hombre muerto aquí en mi casa. (Entonces pone repentinamente su mano sobre el hombro de Anna) Ah, ya, entiendo. Tus ojos son demasiado amables como para ver.
Anna:
(En voz baja) Te dije que no hay nadie aquí más que nosotros: nadie.
David se vuelve de pronto y abre a puerta de par en par. Eleva su mano para señalar inequívocamente con el dedo hacia donde está el hombre y le habla con voz de mando:
David:
Vamos, fantasma u hombre muerto. ¡Sal! ¡Sal de mi casa! ¡Sal y cuídate de no volver a rondarme!
El hombre camina tambaleante hacia la puerta, como robando cada paso, a pesar de los gestos que Helen le hace para rogarle que se quede quieto y en silencio. Recoge su abrigo, su sombrero y su cubre cuellos y sale. Una corriente de nieve entra en la casa.
(El Loco:)
Helen corre a la puerta y apresuradamente toma un abrigo. Voltea por un segundo, casi gritando:
Helen:
Yo también me voy, topo ciego. (Agita un dedo hacia Anna) Y tú, bruja,ladrona de dedos ágiles, quédate en esta oscuridad si puedes. Quédate en esta noche eterna.
Helen sale y azota la puerta detrás suyo.
(El Loco:)
Anna:
No había nadie allí más que nosotros. ¿Entiendes?
Pone su mano en el hombro de él y lo mira a la cara. David va a la puerta interior y la cierra.
David:
Entiendo ahora, Anna. Entiendo.
El Loco:
El viento borrará sus huellas sobre la nieve. La nieve habrá de derretirse.Entonces llegará la primavera, amigo mío, y todas las flores de todos los campos abrirán sus ojos para ver el sol.
[Telón]
N. del T. Gibran agregó aquí un número de frases que diría el Loco y que jamás insertó en la obra. No parecen corresponder con los espacios que dejó en blanco. Son las siguientes. Me permití incorporar la segunda y la tercera al texto:
1- Lo llama padre, pero él es en realidad el hijo de su corazón. Todos los hombres son hijos de las mujeres que los aman.
2- Has estado fuera de esta casa por mucho tiempo, mi bella dama. Sólo finges estar aquí.
3- Pero es una tormenta honesta. Hará pedazos todas las ramas rotas y enterrará todas las cosas muertas en el bosque.
4- Si el águila y el gusano se encontraran y hablaran de cuanto ven, cada uno llamaría ciego al otro.
También dejó una nota en que recordaba la necesidad de escribir tres más.